martes, 19 de julio de 2011

Economía para torpes. El divorcio: drama o negocio

Hoy en economía para torpes:
 
El divorcio: drama o negocio
 
Siempre trato de traer a esta sección temas de actualidad. Pensé en escribir algo esta semana relacionado con el chaparrón que está cayendo en los mercados, pero como seguro que estáis aburridos de mercados, de deuda, de prima de riesgo y de crisis, vamos a hablar de otro asunto.
La idea me vino a la mente ayer mientras almorzaba y distraidamente iba de un canal a otro de la televisión con el mando. En una de mis paradas, vi algo que me llamó la atención.
Todo lo que a continuación vais a leer, está basado en hechos reales. Los personajes y demás ingredientes de la historia únicamente existen en mi imaginación, pero la historia en sí, ha ocurrido realmente.
 
Él
 
Todavía recuerdo el día que la conocí. Yo estaba en cuarto de carrera y aquel año me había mudado al piso del centro con Juan y Sebas. Aquella mañana llegué a la facultad y en vez del tipo alto y serio que los últimos tres años me había servido el desayuno, estabas tú. -Ese si es un buen fichaje y no el de Cidane -pensé.
A partir de ahí, conquistarte fue mi única misión en la vida. Coleccionaba ocurrencias para hacerte reir cada mañana, inventaba chistes y bromas, me apunté al gimnasio para dejar atrás mis queridos michelines y me convertí en un auténtico musculitos, porque creí que así te gustaría más. No sé si fue por eso, pero en la fiesta de fin de curso, con más cervezas encima de las que soy capaz de recordar, te dije que te quería como nunca había querido a nadie y que te casaras conmigo, para mi sorpresa, tú aceptaste.
Al año siguiente te viniste a vivir conmigo, lo pasamos reguolar, porque yo no disponía de mucho dinero, pero me maté a estudiar y terminé mis estudios. Para rematar la faena, me salió un trabajo como visitador médico en unos laboratorios farmacéuticos y en un año ganaba 30000 euros anuales.
Nos casamos, y nunca olvidaré aquel día, lo felices que fuimos con todos nuestros amigos y familiares a nuestro lado.
Los siguientes cinco años fueron inolvidables. Mi horario era flexible, me permitía estar mucho tiempo contigo, tú trabajabas únicamente cuatro horas por las mañanas en el centro comercial más que nada para distraerte, porque no nos hacía falta el dinero. Salíamos cuanto queríamos, cenábamos con nuestros amigos, viajamos a multitud de países, acudimos a infinidad de estrenos teatrales y de cine, te llevé a Nueva York, algo que siempre me dijiste que fue tu sueño, y lo mejor de todo, nos amábamos, en todas las formas que esta palabra puede entenderse.
En septiembre de 2009, tras muchas insistencias por tu parte cedí a tu antojo de dejar de usar protección en nuestras relaciones, y en noviembre te quedaste embarazada. Yo no quería tener hijos, era el hombre más feliz del mundo con la vida que tenía, pero lo daría todo por verte feliz.
Durante el embarazo, ya empecé a sentirme desplazado, la casa estaba llena de preparativos para el bebé, nuestras salidas con los amigos eran cada vez menos frecuentes, si no era porque estabas con tu madre de compras, porque te encontrabas mal, pero yo pensé que todo eso se te pasaría cuando Lourdes, que así decidiste que se llamara nuestra hija, naciera.
Lamentable error. Te encerraste en el cuidado de la niña, solo existía ella en tu vida, tu pareja pasó a un incomprensible segundo plano. Nunca quedábamos ya con nadie, me montaste una bronca de campeonato cuando te sugerí dejar a la niña con tu madre o con la mía para ir al estreno de un musical que me hubiera encantado ver...
En febrero de este año, cuando la niña cumplió cinco meses, no pude más. No pude con el vacío, con llegar a casa y no tener un beso, con no encontrar tus brazos en la cama, con no tener tu consejo a la hora de tomar alguna decisión, con ser únicamente el que traía el dinero a casa.
Pedí el divorcio.
Cada uno buscó su abogado y nos dispusimos a comenzar la batalla. Yo te ofrecí quedarte con la custodia de la niña, pasarte una pensión para su manutención por el importe que el juez estimara conveniente y lo más importante, irme de la que había sido mi casa, pagando eso sí, religiosamente cada mes, el 50% de la hipoteca por lo menos hasta que la niña fuera mayor de edad, luego, o la vendíamos o dios diría.
Pero tú no aceptabas mis condiciones, querías que además de irme de casa, tener que pagar un alquiler en otra parte y pasarte la pensión, te abonara el 80% de la hipoteca de la casa. Argumentabas, que mi sueldo, es más alto que el tuyo.
¿Todo esto porqué? ¿Porque yo he decidido comenzar con los trámites de divorcio? ¿Para dejarme prácticamente en la calle? ¿Porque no soy un buen padre?
Lo reconozco, no soy el mejor padre, pero no soy una mala persona.
 
Ella.
 
Mi madre me dijo que no me harías feliz, algo vio en ti desde el principio. Idiota de mí, le debería haber hecho caso, pero me enamoraste, con tu sonrisa infinita, con tus chistes, con tus chanzas..., y con aquella manera de mirar que solo tú sabías emplear.
Yo sabía que estabas colado por mí desde que el primer día te puse un pincho de tortilla y una caña en la facultad, pero quería que tú dieras el primer paso, más que nada, para ver si eras capaz de merced a mí, vender esa timidez oculta que alvergabas en tu interior.
Una vez que te decidiste y diste el paso todo fue más fácil. El primer año que vivimos juntos para mí fue el más feliz. No teníamos ni un duro, pero aprovechábamos cada momento para hacer alguna locura, y lo más importante, me decías que me querías a cada momento.
Cuando encontraste el trabajo en los laboratorios, cambiaste un poco, se te subió a la cabeza tu salario, incluso dejaste de frecuentar algunos amigos de toda la vida porque decías que eran unos pobres desgraciados que no tenían donde caerse muertos. Yo pensé que se te pasaría, y lo dejé estar, también porque a las comodidades se acostumbra una muy rápido, y si a mí se me antojaba un bolso, o un vestido o un colgante, era dicho y hecho.
Nuestra boda fue sonada. Llevaríamos 500 invitados por lo menos, vino toda mi familia del pueblo, aunque a muchos me consta que tú no los puedes ni ver, pero ese día hiciste una excepción, estuviste encantador con todos, aunque luego me defraudaste al decirme que lo hacías al ver lo voluminoso de los sobres que contenían los regalos.
Fuimos felices los cinco años siguientes, viajamos mucho, teníamos una vida social que envidiarían las infantas, nos conocían en toda la ciudad y tú formabas parte de los círculos más distinguidos.
Pero yo me sentía vacía, me faltaba algo, algo que llenara del todo mi vida, que me hiciera sentir necesaria.
Te propuse a finales del verano de 2009 dejar los medios anticonceptivos, no te hizo demasiada gracia pero accediste, yo creo que pensabas que tardaríamos más en concebir a Lourdes.
Pero Lourdes llegó, y con él tu cambio.
Te noté raro, sobre todo a partir del quinto mes de embarazo. Veía como te agobiaban las cositas que mi madre y yo íbamos comprando con toda la ilusión del mundo para Lourdes, me decías que te estaba descuidando y yo creo que no lo hice, pero cierto es que llevaba muchas cosas en la cabeza.
La niña nació, y a los dos días me dieron el alta en el hospital. Todavía estoy esperando que le cambies un pañal a Lourdes, que acudas por la noche si se despierta, que la acunes al llegar a casa, que sienta que tiene un padre.
Para mi sorpresa, en febrero me pediste el divorcio. No me lo podía creer, pero soy de la opinión que si una persona no desea estar con otra, lo mejor es dejarla ir.
Una amiga de mi hermana, abogada especializada en temas familiares, llevó mi caso.
Planteamos pedirle al juez la custodia de Lourdes, una pensión para la manutención de la niña, poder seguir disfrutando de la casa, y que tú te hicieras cargo del 80% de la hipoteca, con tu sueldo, ese del que tanto presumías, eso no te supondrá tanto.
Te pusiste como una fiera cuando te presentamos nuestras condiciones, y dijiste que de la hipoteca pagabas el 50% y ni un céntimo más.
Yo trabajo ahora a jornada completa en el centro comercial, pero mi sueldo deja mucho que desear, así que mi situación no es nada favorable.
 
Deliveraciones
 
Analizados estos dos testimonios, si usted fuera juez, ¿qué haría?
Yo solamente, voy a plantearos un cálculo.
Tomando los siguientes datos:
Sueldo de él: 2500 euros / mes
Sueldo de ella: 1200 euros / mes
Pensión por manutención de Lourdes: 400 euros / mes
Alquiler del nuevo piso de él: 900 euros / mes.
Hipoteca de la casa familiar: 1200 euros / mes.
Vamos a plantear con cuanto dinero contaría cada uno de ellos al mes si el juez accediera a las peticiones de ella.
Él incurriría en los siguientes gastos:
Alquiler: 900 euros.
Pensión: 400 euros.
Hipoteca: 960 euros.
Total: 2260 euros.
Él tendría que vivir con 240 euros al mes, lo que le quedaría de restarle a 2500 euros, los 2260 euros de gastos.
Ella:
Si ella ganara el juicio dispondría:
Salario: 1200 euros
Pensión: 400
Total: 1600, a lo que abría que restar:
Hipoteca: 240 euros.
Quedando un remanente de 1360 euros para sus gastos y la manutención de Lourdes.
 
Estos datos dan que pensar. Un hombre a lo mejor pensaría que ella está abusando de su condición de mujer al pedir todo lo que solicita a su marido. Una mujer, tal vez pensaría que es justo que él abone esa parte de la hipoteca, al él percibir un sueldo más alto. Yo, desde un punto de vista objetivo, solo me planteo varias preguntas:
¿Como se puede vivir en el siglo XXI con 240 euros al mes?
¿Quien pone estas demandas, se para a calcular el daño que puede llegar a hacer a su oponente?
¿Se convierte un divorcio en un negocio más que en un drama familiar?
Consultando algunas fuentes encontré algunos datos reveladores:
En España, según el Instituto Nacional de estadística, 92 de cada 100 demandas de divorcio las gana la mujer.
Esto da que pensar, a lo mejor en el sistema hay algo que no funciona bien, porque si bien el hombre en muchas ocasiones, cuando hay hijos de por medio, renuncia a su custodia, puede verse atrapado en cláusulas muy perjudiciales como las que se contemplan en este caso.
A lo mejor, la solución radicaría en un cambio en la legislación. En Suecia, cuando una pareja rompe, se venden todos sus bienes, y el dinero obtenido por dicha venta, es repartido entre los cónyuges al 50%. A mí me parece que una solución tan salomónica, terminaría con muchas batallas legales interminables, en las que en ocasiones, los mayores perjudicados son los hijos.
 
El juez
 
El juez de este caso, dio la razón a él, de manera que cada uno tuvo que aportar el 50% de la hipoteca.
La razón que esgrimió, fue que en una sociedad de gananciales como la que regía este matrimonio, hay que distinguir entre cargas matrimoniales: pago de gastos como el agua, la luz, el teléfono..., y deudas gananciales, entre las que se encuentra la hipoteca.
Como una sociedad de gananciales es una sociedad en la que cada miembro es participante al 50%, si hubiera en vez de una deuda un beneficio por alguna causa de, por ejemplo, 6000 euros, cada cual se querría llevar sus 3000. Pues al existir una deuda, el caso es el contrario, ninguna de las partes, puede exigir a la otra que se haga cargo con una mayor parte de una deuda en la que se comprometieron ambos al 50%.
Una vez resuelto el caso, solo nos queda plantear una cuestión:
¿estáis de acuerdo con el veredicto del juez?

1 comentario:

  1. manuel Rodríguez Cansino Cursam20 de julio de 2011, 22:20

    Por desgracia, hoy en día a una pareja la une más una buena hipoteca que el amor

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