jueves, 1 de marzo de 2012

Un trabajo mal hecho. Tercera parte

Un trabajo mal hecho
 
Tragedia en varios actos
 
Tercera parte
 
Dice Sabina, y no le falta razón, que hay cosas en esta vida que se tardan en olvidar diecinueve días y quinientas noches. A mí me estaba ocurriendo desde que engrosaba las listas de parados del país. Hay muchos vicios en las noches de las ciudades que se pueden echar en falta si se dispone de dinero en abundancia, alguna que otra influencia y un buen cuerpo. Yo quizás carecía de lo último, pero andaba tan sobrado de las dos primeras cuestiones que no tenía ninguna importancia que mi abdomen tuviera el volumen de un tonel de vino de doce litros.
Extrañaba mi palco en el teatro, las degustaciones de ostras y mariscos recién traídos de la costa, las timbas de poker, los brazos de Colondrina, el Chivas de 20 años con mi puro Montecristo, el balneario de agua sulfuromagnéticas, mi abono en preferencia en el estadio del equipo de mis amores..., no cabía duda, me habían arrebatado la felicidad, y si para recuperar a aquel señor que antaño fui, tenía que acabar con la vida de algún malnacido que debía dinero, que le había robado la mujer a otro o que simplemente, el azar había querido que se cruzara en mi camino, no me lo iba a pensar.
Acudí al encuentro con mi amigo Pepe, el cual ya me esperaba en el bar apurando un carajillo de anís del mono.
-Sabía que vendrías -dijo-. Un pájaro como tú hace todo lo posible para volver a su nido, aunque para ello tenga que matar a picotazos a todos los polluelos que se lo han arrebatado. Cuéntame, ¿te has registrado en la página que te dije?
-Sí, he hecho todo tal y como tú me lo enumeraste, ya estoy registrado en la página, me llamo Rubén Tolera de Poniente y he puesto un anuncio con el que si alguien quiere deshacerse de un estorvo no se podrá resistir.
-Bien, ahora vamos a hablar de algunos detalles más escabrosos. Por ejemplo, el arma. No es fácil usar un arma que la policía no tenga localizada, pero en internet, no te será difícil comprar alguna. Hay un señor en la misma página en la que tú te has registrado, en la de los trapicheos, que firma como Oscar Tucho de Plomo que gestiona peticiones como la tuya. Pídele un arma antigua, a lo mejor es grande y trabajosa en su manejo, pero no tendrás problemas, un kuchisnicof de esos que usaban los rusos en la Segunda Guerra Mundial te iría bien, aunque a lo mejor deberías hacer pesas una semanita para levantarla.
Te iré dando más instrucciones sobre el modus operandi de tu primer golpe cuando tengas un cliente, mientras limítate a agenciarte una pipa y a no perderle ojo a tu correo, haber si te cae algún pájaro al que echar de su nido. Ahora me voy, me espera la Colondrina, por suerte, yo todavía puedo abonar los 5000 pavos que cuesta pasar un ratito con ella.
Sentí envidia sana de mi amigo y salí corriendo a casa para continuar con sus encargos. La bandeja de entrada de mi nueva cuenta continuaba vacía. Busqué el perfil del señor Tucho de Plomo. Lo encontré en seguida. En su foto, aparecía un trucaje en el que se podía distinguir el rostro de Fidel castro y el cuerpo de una voluctuosa mulata que dejaba ver todos sus encantos.
Le hice mi oferta tras mirar el saldo de la última cuenta en la que disponía de fondos. Le compraba un arma que pudiera usar sin complicaciones por 25.000 euros.
Al cabo de diez minutos, llamaron a mi puerta. Abrí, y un señor bajito, rechoncho y con boina me empezó a hablar:
-Hola. Tengo un paquete para usted, si me da 25.000 euros se lo entrego, si no me los da, deposito en sus sesos el contenido del paquete. Por cierto, qué pantalón más feo lleva usted, ¿fue de su visabuelo?
-No tengo esa cantidad aquí, permite que le haga una transferencia.
-Mañana me paso a la misma hora, y o me da el dinero o le doy el paquete...
 
Continuará.

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